Soñé con mi abuelo, papá de mi mamá. Nada en particular, solo su presencia, sus ojos celestes profundos ya más grisáceos y opacos de cuando los observé con más fuerza. Imágenes saltan y se atraviesan, intercaladas sin pedir permiso, sin transiciones de películas, solo vienen y van.
Mi madre diciendo con nostalgia: ” si papi estuviera vivo, cómo habría disfrutado esto o aquello”, su risa sonora que a veces terminaba con tos, su caminar de pingüino por “la gota” que nunca entendí, su panza “coladero” por las inyecciones diarias de insulina. Su voz de tenor en las fiestas, su O Sole Mío, sus inventos geniales como un matamoscas extendible que alcanzaba el techo de su cuarto para matar a sus odiadas desde la cama acostado. Sus horas interminables en el taller con sus creaciones en madera en el torno y que solo Tía Jeannette le encontraba uso como pie para sus arreglos florales. Verlo debajo del carro, siempre en reparación, lleno de aceite, despeinado y con la camisa a medio abotonar.
Y como una película de suspenso se mete sin avisar, su mirada fija en mi. Yo era adolescente, así que lo quería a veces, o al menos eso le demostraba. Algo me estaba diciendo y de repente su silencio me hizo voltear la mirada. Quería decirme algo, pero no podía, sus ojos estaban ausentes, como si se hubieran ido con su espíritu y no le avisaran al cuerpo. Su cuerpo se inclinó hacia mi en caida libre, logré sostenerlo un poco antes de que cayera tumbado al suelo. Lo vi inmóvil, y entonces le grité en silencio que no se muriera. No recuerdo qué pasó después, solo sé que lloré de alivio cuando volví a escuchar su voz de abuelo y sus manos apretando mi oreja y haciéndola un puño.
Salta a la fila de recuerdos, los ojos llorosos de mi madre mientras lo recuerda con nostalgia y me salta la empatía. ¿Qué edad tenía mi madre cuando perdió a su padre? Y me cuesta recordar el año en que murió. Siempre he tenido mala memoria. Lo busco en el registro civil: julio de 1998. Mi madre tenía mi edad, 45 años, qué coincidencia pienso, pero vuelvo a mi madre y su expresión de niña cuando lo recuerda, y reviso sus publicaciones en facebook: una foto de él cantando y varios de sus sobrinos recordando las distintas canciones que compartía en las muchas fiestas, eso fue antes del karaoke, cómo lo hubiera disfrutado, escribía mi madre. Y su máquina de hacer helados de sorbetera que todavía sirve, y que el maní con cáscara que tanto le gustaba e iba a comprar adonde fuera y el resto de todas sus comidas favoritas y anécdotas de sus chistes, de sus apodos, de sus fiestas, de sus visitas y todos se ríen cuando lo recuerdan.
Y yo preguntándome porqué un domingo cualquiera me levanto pensándolo y cómo pasa la vida y que si lo volveré a ver y que lo extraño… Y que así como mi madre extraña a su padre a quien perdió cuando tenía mi edad, el cómo yo he extrañado al mío cuando lo perdí a mis casi 11 años. Y que me hubiera gustado tener más memorias para recordarlo, y que de niña es muy poco lo que recuerdo, pero que por eso atesoro lo poco que se, que tengo de él, como el último chocolate del paquete, el que se come de a poquitos.
Lo lindo fue recordar a mi otra figura paterna, buscar las fotos de mi abuelo, ver su expresión seria en ese retrato que encontré y pensar que parece otro. Que si por inteligencia artificial la foto hablara, estaría sonriente y a carcajadas. Así, serio, el recuerdo que salta es cuando su cuerpo inerte reposaba en su cama a la espera de que llegaran de la funeraria “a alistarlo”. Le habían puesto un pedazo de tela que abrazaba su quijada y tenía un nudo en su cabeza para que sus labios se juntaran, aunque no se logró por entero, algo desencajaba. Estaba blanco, blanquísimo, y vi mi tío Enri cerrarle los ojos… y ese silencio, profundo, eterno de lo que fue, en un instante ahora vacío, inerte, desolado. Fue la segunda vez que observé la muerte de cerca, primero con mi padre dormido de blanco en su ataúd a través de un vidrio y en ese entonces, ahora lo recordaba, en un día de julio de 1998, era mi abuelo, ya sin sonreír por última vez en su cama.
La muerte tiene lo suyo… “descanse en paz” se dice y así se siente, es una paz que nos punza el alma a los vivos, que nos cansa, pero que a ellos sí los descansa y eso es lo que encuentro fascinante y misterioso a la vez.
Cuando en días como hoy despierto con un recuerdo así, me gusta pensar, que de algún modo mi abuelo me recordó y su espíritu se escapó a saludarme. Papito le decíamos los nietos, Pito para algunos que no podíamos decirlo completo y así se quedó, y se siente al día de hoy con ese abrazo de brazos peludos y su efusivo “burro socarróoooooooon” mientras nos apretaba las orejas en un puño entre su mano grande y fuerte. No recuerdo que me dijera un “te quiero”, pero esa era su manera de gritarlo, su sello único…
Qué linda visita, que andés cantando a carcajadas querido Pito.