La volanta y un príncipe

El útlimo paseo con mi padre

Carla en volanta 1988
Mi niña en volanta por 25 colones la vuelta, en lo que fue el último paseo con mi padre. Cartago, Costa Rica, 1988.

Recuerdo poco de ese día y engaño al recuerdo con las fotografías que cuentan la historia. Fuimos a Cartago. Las fotos muestran la Basílica de los Ángeles de fondo. De fijo mi abuelo y mi padre y mi hermano, chiquito en ese entonces y yo. Esto fue antes de mayo que cumple mi hermano, así que era verano en Costa Rica, más bien, época seca, porque era una tarde y solo en verano podría haber cierta certeza de que no lloverían sapos y culebras. Y si fue antes de mayo, mi hermano no había cumplido sus cinco años. Y yo en noviembre recién había cumplido los 10 años, pero siempre fui la más alta de la clase, la última de la fila, así que en la foto engaño, pero sí tenía 10.

Me río de las medias altas y mis rodillas casi pegando entre sí, por muchos años de arrodillarme y asentar el peso de mi cadera sobre mis pies fui “corbetas” y usé unos espantosos zapatos ortopédicos… (perdona mi honestidad Ma, pero este es mi blog y han pasado muchos años, no era tu culpa tampoco, era lo que había). Ese día de verano, ese día del paseo sorpresivo fui “rebelde” y me puse unas tenis rosa, a juego con el jumper, más bien ´overol´, así le decía mi madre y era mi vestuario de domingo, aunque no recuerdo qué día era, creo era entre semana. Y si lo recuerdo se me zafó varias veces a un extremo, o me engaña la foto de mi abuelo intentando con todas sus fuerzas resolver cómo hacerme un lazo… porque yo era la única mujer del grupo, y en esa época y en mi familia, los hombres no hacían lazos, ni peinaban, ni cocinaban, la verdad ni sacaban a pasear, pero ese día fue diferente…

Mi abuelo paterno y su lazo, más bien nudo, como sea pero funcionó… 1988, Cartago, Costa Rica.

La foto de la volanta me parece toda una reliquia. El paseo a 25 colones y era darle la vuelta a la Iglesia. Estoy segura que fuimos a rezar antes, pero no hay fotos de eso.

Espero haber ido con mi padre y no sola en la volanta. Es doloroso no poder recordarlo, pero no recuerdo su compañía, así que iba sola. Pero todavía siento su mano caliente al ayudarme a montarme. Lo que sí atesoro son sensaciones, y entonces recuerdo el sonido de los cascos del caballo y el viento en mi cara mientras silbaba en voz alta, avisando con su estela que yo iba a bordo. Lo sé porque me pasaba corriendo la “pava” (el flequillo) de los ojos. La sensación de dejarse llevar…Tengo la manía de cerrar los ojos, es una sensación liberadora, no ver el camino y confiar, no llevar las riendas y confiar…lo hice más adelante en mi adolescencia pero en moto.

Este insconsciente, qué gran misterio. Recuerdo que fue un paseo muy emocional, pero a mis 10 años lo vi como extraño más bien. En otras entradas a este blog hablaré de las otras fotos de este paseo, o mas bien recuerdos. Dignas de creer o no, es lo único que me queda, y por eso decido creerles a las fotos y a las sonrisas que muestran, aunque en unas hubo lágrimas, allí les contaré.

Los adultos me siguen pareciendo extraños, todavía hoy, ahora imagínense en 1988. Mi padre sabía algo que yo no. Que se tomara un día para ir a dar un paseo era extraño. ¿Hoy no tenías guardia Pa?, ¿ningún paciente está grave o está malito de la vista? Su tiempo era el recurso más escaso, casi inexistente. Me ponía tan feliz cuando decía que tenía un rato para mí, recuerdo que siempre lo esperaba y eran eternas las horas… Ahora que lo observo con ojos de mujer, me dejó plantada tantas veces, pero a la niña no le importaba, seguía esperando porque la próxima sería la de suerte.

Escribo esto y me estoy riendo, pero al mismo tiempo se me llenan de agua los ojos, como cuando uno no parpadea para que no caiga la tristeza. Cuánto tiempo de esperar, de querer tiempo de calidad y tantos obstáculos: que el trabajo, más trabajo, la vida misma antes que el tiempo prometido. Y la niña optimista esperando… cerrando los ojos y dejándose llevar en la volanta. ¿Y otra vuelta? ¿25 colones si tenés Pa? Y lo veo allí de pie, más delgado que nunca, con sus anteojos oscuros, guapísimo, como protagonista de las telenovelas de abuelita, diciéndome adiós con su sonrisa encantadora. Todo un príncipe que iba quedando atrás, que se hacía pequeñito y se perdía en el paisaje, mientras yo me dejaba llevar y disfrutaba del viento que me despeinaba.

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Carla
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1 Comment

  1. Carla
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    marzo 15, 2023 / 3:32 pm

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