Cuando te recuerdo lloro hacia dentro…
Hoy en el mundo sería tu cumpleaños, al menos en el mundo que veo, porque en el mundo que siento es una caricia que me despierta, un parpadeo lleno de tu presencia adentro de mi. Las candelas no se encienden porque ya están apagadas desde hace 35 años y esta fecha se convierte en un tributo a los retazos de tu vida, en un saudade profundo…
Es una película en cámara lenta, en donde la nostalgia es la música instrumental de tu mirada triste por conocer tu destino, de tu olor lleno de menta y alcohol, de tu sonrisa sincera, de tu abrazo paternal… Es un extrañar doloroso, de lo que pudo haber sido pero no fue. De un cuándo volveré a verte, aunque sea en sueños.
Tengo un libro de palabras intraducibles. Es un libro que descansa en una repisa que escogí por no ser recta, sino torcida. Allí descansan mis libros favoritos y allí fui a buscar, como el regalo de tu no cumpleaños, esa palabra de cómo me siento hoy.
Saudade es una de esas palabras sin traducción exacta. Es en portugués y en su intento de descripción, la autora le da un significado así: “ Un vago y constante deseo por algo o alguien que no existe o que alguna vez quisimos y perdimos”… y continúa la autora del libro: “Lost in Translation”, Ellen Frances Sanders: “ Este sentimiento es mucho más intenso que simplemente extrañar algo o a alguien. La saudade ha sido (y continúa siendo) el tema de hermosas y desgarradoras obras de arte y literatura. Parece adquirir distintos matices en cada país, e incluso en cada persona. Una vez al año, en enero, Brasil celebra O dia de Saudade”.
¿Será su no cumpleaños el O dia de Saudade en mi corazón? Se siente así… sobretodo porque de quién hablo es de mi padre quien falleció una semana después de cumplir sus 40 años.
Hace unos días mi hermano menor los cumplió. Lo veo tan joven, lleno de vida y de futuro, que no puedo evitar pensar y dimensionar en lo joven que era mi padre cuando dejó este mundo. Tanto que le faltó, tanto que no vió y el vacío que dejó… Sus no cumpleaños, hoy le sumarían 75 años, pero yo asumo que allá adonde está, en esa otra dimensión, igual sigue teniendo 40.
El tiempo adónde está se detuvo, así como al cerrar mis ojos, es la niña quien lo siente acercarse. No dice palabra, como si lo contara todo con la mirada, solo la abraza y le transmite que está bien y que está allí para ella. En ese lugar adonde acude cuando llueve despacio, el cielo palidece y la soledad la cubre, ya la niña grande lo logra sentir, esta que escribe con más de 40… Allí llega él, le toma la mano y la lleva a esos momentos de imágenes desordenadas y plenas. Llegan en un reel por segundo, fotos borrosas de celebraciones, queques, piñatas, algunas blanco y negro de cuando era joven, influenciadas por las fotos que ha logrado reunir: que como estudiante de medicina, que con su caballo Lucero en el tope, que en la playa. Pero en algún momento de esa película a veces un recuerdo más vívido se esclarece. ¡Gracias mente!, por recordar de repente una imagen olvidada, ¡qué gran regalo!
En este no cumpleaños del 2023 el regalo fue ver a la niña a sus 10 años de la mano de su padre, ya delgado y cansado por la enfermedad que lo consumía, juntando flores en el camino del barrio de Escazú. Porque era barrio de caballos y vacas pastando en el jardín de las casas. Era de nuevo finales de los 80´s y la misión era juntar flores de muchos colores, cuyo nombre luego buscaban juntos en los libros de botánica. Ese hombre alto de pelo negro pronunciado, daba la tarea de llevarlas con cuidado, con todo y tallo para en la casa cumplir con la otra parte del trabajo.
En un libro de pasta dura con hojas en blanco las colocaría intercaladas. Cada flor en medio de dos páginas. Una vez colocadas a lo interno del lomo, se cerraría como un tesoro. La niña no podría abrirlo hasta dentro de dos o tres semanas, en una espera que celebraba el que se marchitasen.
Logro encontrar ese recuerdo, percibo lo que pensaba la niña: ¡qué cruel! Esperar a que muriera, celebrar que lo hiciera preservando su color y el garbo que alguna vez recién cortada le daba su belleza.
Busco en internet el nombre de esta práctica, el origen de esta afición que recuerdo de mi padre. Oshibana, leo que se llama. Es un arte japonés que consiste en prensar flores con la finalidad de secarlas y preservarlas para cuadros o ilustraciones.
Y pienso en que debería de incluirse en el libro de las palabras intraducibles.
¿Será un no cumpleaños de alguien a quien amamos profundamente un oshibana de su recuerdo?
Es como si lo hubiera podido prensar en el libro de mi vida para conservarlo a sus 40 años con los colores floridos de quien fue, para nunca olvidarlo.
Y entonces salta a mi vista una pregunta que me encuentra en los resultados de búsqueda de mi computadora en este día de saudade profundo…
“¿Cómo se llama la flor que nunca se marchita? La flor que guarda en sí la memoria y el amor de nuestros seres queridos fallecidos…”
Aún sin candelas encendidas siento el soplo de mi padre en su no cumpleaños y ese soplo me despeina tantos recuerdos felices, tantas sensaciones, que lo tomo como un regalo inverso, un regalo para mi y un recordatorio de que Dios lo preserva en el mejor lugar, al que mientras llego, puedo abrazarlo de vez en cuando adonde lo encuentro: en el inmenso universo espiritual de mi interior, esa que llaman alma, allí adonde duerme y despierto con algunas letras a esta niña de mi alba…
Isaías 40: 7-8“La hierba se seca y la flor se marchita, porque el aliento del Señor sopla sobre ellas. Y a decir verdad, el pueblo es como la hierba. Sí, la hierba se seca y la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre”.